domingo, 13 de febrero de 2011

Humor negro

El tema que trataremos hoy es muy serio, porque nos habla del mundo y de nosotros mismos. Me refiero al humor.

Una de las cosas que diferencia a los seres humanos de la mayoría de los animales del planeta es su capacidad de reír. Más exactamente, de reírse de sí mismo y de sus miserias. Además, el humor es utilizado para trasgredir los límites marcados por la sociedad en la que vivimos.

Para que un chiste haga gracia, ha de provocarnos. Ha de ponernos en evidencia ante el mundo, ya sea por nuestra forma de pensar, aceptando verdades tautológicas sin siquiera planteárnoslas, ya sea por su falta de corrección política.

Por eso el humor blanco (el que no se mete con nada ni con nadie) apenas nos hace poner una mueca en la cara, normalmente creada por lo absurdo que por el chiste en sí. Y por eso los chistes verdes, que tanta gracia nos hacían de pequeños o al mundo hace unas décadas, sólo nos sorprenden si son especialmente escatológicos o fuera de lugar, ya que el sexo para la mayoría de adultos, se ha convertido en un tema de conversación más.

Nos reímos, pues, de lo que no debemos. Da igual si es por nacionalidad, por raza, por estatura o porque tiene piojos. En un chiste podemos ser xenófobos, sádicos o misóginos. Porque es sólo un chiste, y no tiene por qué reflejar lo que pensamos de verdad.

Claro que vivimos en una sociedad que en este aspecto tiene dos problemas importantes: tiende a poner la corrección política por encima de todo, y convierte los comentarios de cualquier persona, por sarcásticos que sean, en paradigma de su opinión.

Eso le pasó al director de cine Nacho Vigalondo, que tenía un blog de cine alojado en la web de El País, medio para el que dirigía y protagonizaba una campaña publicitaria. En resumen, cuando en su twitter llegó a cincuenta mil seguidores, dejó dos mensajes que decían:

  • "Ahora que tengo más de 50.000 followers y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!"
  • "Tengo algo más que contaros: la bala mágica que mató a Kennedy ¡todavía no ha aterrizado!".


Por el primer mensaje fue acusado de antisemita y negacionista, lo cual llevó a la dirección de El País a cortar los vínculos que le unían al director. Eso transformó la discusión en un problema sobre libertad de opinión y de información. El resumen de los acontecimientos, fue bien explicado por la Defensora del Lector de El País.

No comparto la actuación del medio en cuestión, ni las conclusiones de su defensora. Si tomamos los dos mensajes juntos, vemos claramente que no está negando el Holocausto, al contrario, se ríe de los que creen ciegamente en teorías conspiratorias. Podría haber dicho que ha estado en el borde de la Tierra Plana o que estaba rodando la llegada del hombre a Júpiter. La idea de la broma sería la misma. Y no creo que fuese malinterpretado, así que el problema no lo veo en el chiste, sino en los que no lo han entendido.

Dicen también que no se pueden hacer bromas sobre ciertas cosas. Y yo pregunto ¿está prohibido hacer chistes sobre judíos, o sólo sobre el Holocausto? Si no podemos hacer chistes de judíos, ¿no tendremos que dejar de lado también los gitanos y los negros? Ya puestos, tampoco podremos hacer chistes de franceses, o de vascos o catalanes. Ni, por supuesto, bajitos, homosexuales o tontos. Y si el problema son los seis millones de muertes que se produjeron en los campos de concentración ¿Cuántos muertos pueden aparecer en un chiste? ¿Uno, ninguno? ¿Y enfermedades que producen sufrimiento, como el cáncer? ¿Cuánto dolor se puede permitir en un chiste? ¿Podré hacer un chiste de alguien que se pille un dedo en la puerta?

Y a todo esto, ¿puedo dar una opinión que no sea políticamente correcta, pero que no es delito? ¿Está por encima la corrección política o la libertad de expresión? Porque en España, negar el Holocausto nos parecerá una barbaridad, pero no es delito.

El problema radica en que en esta sociedad hay que ser siempre políticamente correcto. Y eso nos convierte en buenos ciudadanos, pero nos coarta como individuos, limitando nuestra libertad e independencia, nos hace más moldeables y fáciles de controlar. Debemos tener espíritu crítico, crear nuestras propias opiniones y ser consecuentes con lo que pensamos, aunque ello suponga reírnos de lo que es serio.

Y es que si dejamos de reírnos de nuestras miserias, dejaremos de ser personas, para convertirnos en individuos.


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